Sé que no hay un número para mis cicatrices, y no estoy hablando de las de mi piel.
Son más heridas que años, y no hablo de mis 23, porque mi alma anda en bastón aunque yo aún pueda correr.
Me gusta hablar de ello, porque siempre tengo una historia distinta, podría decir «interminables», no tienen final feliz pero son un cúmulo de libros que terminan dándole forma a lo que soy, a lo que ves ahora.
Difícil creer que sigo de pie, más difícil creer que aún puedo reír, y créeme, si la vida me diera la oportunidad de volver a empezar, tallaría centímetro a centímetro cada cicatriz y escribiría cada día de mi vida tal y como lo he pasado, aún esos días donde casi clavo una estaca en mi brazo, porque prefería dormir la eternidad que volver a ver salir el sol y no saber hacia donde caminar.
Con el tiempo aprendí que el no cura nada, que debes hacerte médico de tu alma, que nadie va traer tiritas para tus lesiones, que a veces es necesario desbridar heridas sin anestesia que seguir conservando lo que ya ha muerto. Que aunque nuestra recámara esté ordenada, nuestro corazón se vuelve un acumulador compulsivo que se rehúsa a sacar lo que nos daña, que la única persona con la que a veces tienes que pelear e inclusive asesinar, eres tú misma,
no, eso no es literal, pero ya sabes de que hablo.
Con el tiempo aprendí...
que si mi piel sanó
¿Por qué yo no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario