Hay días en que la soledad es mi mejor compañera, la única visitante de mi vida, la única que puede entenderme sin juzgarme ni reclamarme, con la que puedo reír, llorar, hablar, gritar o simplemente callar. Ella me obliga a enfrentarme a mis demonios más internos y ser amigable con ellos, a limpiar el armario de tonterías y prejuicios que sólo anclan mi viaje, a sustituir curitas por cicatrices que se tienen que mostrar con orgullo.
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