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lunes, 8 de febrero de 2016

-----la desconfianza ----ELEKTRA

DESCONFIANZA

Noche de abril, los primeros fríos comenzaban a asomarse. Sentado en su sofá el se encontraba concentrado en su lectura, una novela policial que ya estaba por terminar. Mientras, bebía una copa de vino tinto y jugaba con un carozo de aceituna en su boca.
Ella, su mujer, primero puso a cargar la batería del teléfono celular que recién le habían reparado en el servicio técnico para luego procurar una frazada guardada al final del invierno pasado debajo del viejo sillón.
De repente esa mujer encantadora encara a su marido y mirándolo fijo a los ojos le dice: - que es esto ?; mientras le mostraba un aro hecho con una pluma de pavo real.
El hombre aparta la vista de su libro e inocentemente responde: - un aro amor. Es tuyo ?.
- Claro que no !. Este aro seguro es de una mujer que tu trajiste a casa y ella lo ha perdido. Explotó la mujer, al tiempo que su rostro se desfiguraba de ira y odio.
El hombre, todavía en estado de shock y no pudiendo salir de su asombro solo atina a decir que nunca hubo otra mujer y que solo quedaba en ella el creer en sus palabras o no. Otra cosa no podía hacer.
No comió esa noche el acusado de infidelidad, apesadumbrado se fue a dormir sin poder terminar la copa de vino que quedó servida a medias en la mesa del living.
Ella quedó dando vueltas en la cocina pensando y pensando cómo su marido la podía haber engañado en su propia casa. Tomó la pava, la llenó y puso el agua a calentar. Cuando estuvo a punto de hervir llenó una taza y se preparo un te de durazno. La pava con el resto del agua nuevamente volvió al fuego.
En un par de minutos el agua comenzó a hervir y ella por unos segundo se quedó observando el chorro de vapor que salia con fuerza. Agarro un repasador para no quemarse y tomó otra vez la pava. Se dirigió al cuarto donde dormía su marido. La luz de la luna llena que se colaba por la ventana justo pegaba en el rostro del hombre. Ella se acercó, midió e inclinó la pava de tal manera que el chorro de agua hirviendo cayera justo dentro del oído de su amado. Sus tímpanos estallaron y murió casi al instante, sin ni siquiera pronunciar palabra; solo un grito seco y desgarrador.
Ella regresó sobre sus pasos, encendió su teléfono y bebió un buen sorbo de su ya tibio te de durazno. De repente, suena la alarma del celular. Un nuevo mensaje de texto aguardaba ser leído. Un nuevo mensaje que decía: "amiga, observa si no perdí un aro de pluma en tu casa".
Era tarde, en la cama yacía el cuerpo muerto de un hombre completamente inocente. La desconfianza había triunfado.

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