Para relajarse, intentaba concentrarse en la lectura del libro que tenía delante, pero el malestar, a intervalos, le impedía llevar la atención a lo que leía; era como un sentimiento que le llamara a la puerta una y otra vez para que le hiciera caso.
Cansado, dejó el libro y, ante sí, le apareció la imagen de él mismo…con 10 años. El niño de la infancia que conocía muy bien estaba ante él, un niño triste y encogido en un rincón. Alvaro se animó a hablar con él.
-“Alvarito (así le llamaban de niño), ¿qué te pasa? Te noto callado y serio” –le preguntó el adulto.
-(Con un tono de rabia y enfado…)”¿Por qué preguntas por mí? Nunca te interesas por lo que me pasa, así que vete y déjame en paz.” –le respondió el niño.
-“Sé que no te suelo hacer mucho caso pero me gustaría cambiar y preocuparme por ti. Déjame ayudarte y dime lo que te pasa.”
-(El niño se queda callado un rato…)“Me siento triste y solo. Me gustaría tener amigos pero nadie del cole quiere quedar conmigo. ¿Por qué nadie me quiere?”
-“Sé que te resulta difícil hacer amigos y lo pasas mal por eso, pero quiero que sepas que YO sí te quiero.” –le dice el adulto.
-“¿Tú me quieres de verdad? Siento que no le importo a nadie y sólo quiero volver a casa en seguida y quedarme solo en mi habitación.-responde el niño.
-“Claro que te quiero. Ven, ven aquí conmigo que te voy a dar un abrazo.” (Alvaro coge un cojín como si fuera el niño y lo rodea con los brazos durante un buen rato…)
Alvaro se queda en silencio consigo mismo un rato. Después del diálogo con el niño algo se ha movido también dentro de él. Su sentimiento de tristeza con el que comenzó la tarde se ha apaciguado, ha sido como si se sintiera acompañado interiormente, menos solo. Gracias a hablar con el niño ha podido sentir que… puede prestarse atención y darse cariño cuando lo necesita.
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